Se conservan testimonios referidos a la música desde las civilizaciones más antiguas, aunque de ninguna de ellas nos ha llegado testimonio práctico alguno. Sí se conservan, en cambio, instrumentos y escritos sobre música que dan una idea aproximada de la práctica musical de estas civilizaciones (Mesopotamia, Egipto, Grecia y Roma). Se ha conservado alguna composición aislada, aunque la transcripción al sistema de notación actual resulta siempre problemática. La música de Egipto y Mesopotamia es desconocida en buena medida. Algo más se sabe de la griega y la romana, descendiente directa esta última de la griega.
En general, nos han llegado testimonios sobre la música que iba unida a la práctica religiosa de estas civilizaciones, sin que sepamos nada de la música profana hasta llegar a Grecia y a las civilizaciones antiguas que, como la china o la hindú, han perdurado hasta nuestros días. En general, estas civilizaciones otorgan a la música un origen divino y la suponen capaz de poner al hombre en contacto con los dioses, así como de curar. También es habitual, al menos desde Mesopotamia, la idea de relacionar la música con el ciclo de la naturaleza (las estaciones del año, el movimiento de los astros, etc.), que se plasma de inmediato en el tipo de escalas que emplean (escalas que se deducen de los instrumentos conservados). Tales escalas son de cinco y siete sonidos en los casos de Mesopotamia y Grecia, las dos civilizaciones de las que se ha llegado a saber algo.
Los instrumentos son de tres tipos: de viento (flautas por lo general), arpas de cuerda y, sobre todo, gran variedad de instrumentos de percusión. De Grecia y Roma han llegado a nuestros días más testimonios, lo que permite conocer mayor variedad de instrumentos, de entre ellos destacan la cítara y la lira (ambas de cuerda pulsada) y, ya en Roma, la aparición de instrumentos de viento fabricados en metal, así como la aparición del órgano, todavía movido por agua.
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